Las delicias mutarán, entrarán en transformación, se extenuarán, será en vano el intento de retenerlas en esta representación. Nuestra ilusión es que las cosas se mantengan en el signo. Sabemos que, inevitablemente asomará la ambigüedad nuevamente, y aparecerá la marca de la ausencia, de cualquiera que sea el objeto perdido. Perdido desde el inicio. Y nos atravesará la percepción de su pérdida en el cuerpo, como vórtice del deseo y del deseo de ponerla en signo y representación. A ciegas intentando asir algún significante entre tanta imagen y apariencia, con una mirada devoradora.
Un conjunto de banquetes y ofrendas amorosamente cuidadas y planificadas se presentan lanzadas sólo a las miradas. A las miradas de una vasta otredad desconocida, a una red difusa y universalizada que oculta a un otrx singular, que queda en suspenso.
Sobrevuela una intención de conciliación en la que no queda explicitado entre qué o quiénes sería.
Tal vez la tendencia a conciliar esté anclada en el anhelo de agradar, en el deseo de aceptación, que no suele emparentarse con la aceptación del deseo.
Conciliar, quizás, el acontecimiento en y con el lenguaje, la representación con el otrx, y nuestra percepción con la proyección imaginaria que tenemos de la percepción del otrx sobre nosotros.
Fernanda, atraída y capturada en el hiato que habría entre estas dimensiones, apuesta desesperada e infructuosamente al congelamiento en la representación. Congelamiento con el que intentaría detener el devenir. Inmovilizar la temporalidad que muta las cosas, en el instante previo, en una atmósfera luminosa, enrarecida de belleza melancólica.
La imposición de no consumición, de no consumación, pareciera proponer, inversamente, una experiencia perceptiva de y con la transformación y putrefacción de las cosas. En la cual, atrapados en la mirada, aislados del acto y el acceso, nos abandona a que nos enfrentemos con la frustración y la ansiedad.
Despliega varios dispositivos de extrañamiento en los que explora y nos propone explorar la inadecuación, sutil, bella, tentadora, armoniosa e incómoda. Pone sobre la mesa, diversas estrategias de la ilusión, un amplio menú de fascinaciones color dulce pastel. Expande el falseamiento de la representación y la representación del falseamiento.
Aborda instancias, hoy reconfiguradas por las prótesis tecnológicas, sobre la manera de vincularnos, de las ediciones que elegimos para mostrarnos, para ofrecernos a un otrx generalizadx y anónimx.
Captada en la distancia que hay entre las imágenes, las expectativas, las idealizaciones, las fracturas, los desvanecimientos, y las disoluciones que el tiempo y la experiencia conllevan, aúlla, en silencio corporal y visibilidad pictórica, la pregunta sobre la posibilidad de detener, y representar, el momento exacto de la máxima potencia deseante. Y, sobre si el deseo intuido, detectado, tendrá que ver con nuestro deseo.
La incertidumbre a la que nos convoca nos recuerda que la decepción, y el desencantamiento aparecen vinculados a nuestras fantasías, a nuestros imaginarios, escalonados por diversas identificaciones ideales. Ofrece la imagen, producida, atrapada en la proyección del deseo del otrx. Y nuestras miserias, ligadas a la ausencia de respuesta de un otrx, a la vez descnocidx. La invención de la imagen resplandeciente del otrx, y de la nuestra, de la que queremos proyectar. La intuición del derrumbe, que el tiempo traerá. Probablemente en lo presencial, las máscaras tambalean ante la ausencia de respuesta o de mirada, en las redes siguen imperturbables. En las vidrieras, se decoloran.
Ella nos invita a acercarnos al vacío, al desencanto, a la ansiedad, tal vez al horror, que percibimos ante la necesidad impuesta y heredada de poseer y retener.
De manera colorida y celebratoria, que de algún modo desorienta y enriquece la apuesta, propone un encadenamiento y una problematización sobre la apariencia ligada a la seducción, a la postergación, a la suspensión u obturación del acto. A la acción dilatoria de la concreción de un deseo provocado, que generaría una proyección melancólica a la vez que una ansiedad de consumación o consumo.
Ante una representación de un banquete, suele darnos deseos de comer, pero sabemos en el cuerpo y en el cuerpo del lenguaje que es una representación, lo hemos incorporado. Cuando la representación se propone con los objetos, la torta, la fruta en sí, nos cuesta tramitar que la ofrenda nos está imposibilitada, que entre ella y nosotros hay un velo, un vidrio, un código o norma invisible, que nos deja en suspenso en una espera interminable. Expectación en la que atravesaríamos varias instancias, de tentación, de frustración y distancia, de mutación, desvanecimiento o podredumbre.
Ella plantea la relación entre dos dimensiones del velo, y su atravesamiento físico y simbólico. El vínculo que enlaza el simulacro y la apariencia. Las formas de idealización y la idealización de las formas.
Reflexiona en términos conflictivos sobre la mirada y la imagen, en su capacidad intrínseca de trampa, de magia, de ilusión y de promesa. Deja de nuestro lado la tarea de intuir cómo continuaría tal secuencia.
Por otro lado, las pinturas de Fernanda atrapan y extrañan porque dentro del simulacro y falseamiento hay diversos falseamientos también en el modo en que nos hace creer que está planteada la representación. Configura extraños conjuntos donde pareciera que cada objeto fuga y se propone en una fuga particular. Fuga de sentido, de percepción y de representación en sí. A la vez en la supuesta repetición de conjuntos singulariza cada escena. Nos engaña con cierta inmanencia atmosférica sobre lo igual. Nos distrae de la singularidad de las cosas con simulacros de similitud. Los objetos dentro de la imagen como objeto.
Intenta acercarse a lo irrepresentable que tiene la fugacidad en sí. Tal vez a lo que nos acerca es a la sensación de que el objeto, como signatura no es más que rastro, resto.
Construye una futura ruina y nos propone una instancia detrás del velo donde atesora la imagen anterior a ésta. Enmarca el tiempo en una vidriera.
Falsa impostora, genera un engaño con apariencia de engaño, una estafa que evoca el derrumbe desde la escena en esplendor. Pinta la ausencia de temporalidad, la demora y la postergación, para habitar la nostalgia.
Ciertos rituales de fe encierran imágenes en un espacio inaccesible, las sustraen a toda posibilidad de visión, en pos de elevarlas en su valoración. Fernanda encierra objetos imponiendo la tiranía de la mirada y sustrayendo la posibilidad del acceso, evoca la operación del diferimiento como anzuelo de la posesión y el consumo. Cualquier similitud con el capitalismo sería asociación nuestra.
La transparencia, la absoluta visibilidad de las cosas, no pareciera tener que ver con algún estatuto de verdad. Se pone en juego otro vínculo con la veracidad. La imagen de la mercancía, se presenta y a la vez se repliega a una belleza lejana en una inquietante condensación temporal. La acción obscena de mostrar todo impidiendo su acceso.
Queda sobrevolando cierta inquietud de hasta qué dimensión, la mera y exclusiva sobreexposición a la mirada, aliena el cuerpo del deseo en una eterna añoranza que extraña lo que no sucedió, lo que habita el constante diferimiento. O tal vez nos recuerda que el objeto del deseo se incorpora a partir de una singular sustracción, a partir de una inaccesibilidad.
Ella ama y repele la apariencia, la máscara, y hace visible todo para mantener el secreto y el artilugio
Andrés Labaké.
Artista visual, investigador y curador independiente
Buenos Aires, noviembre de 2022